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¿Ideología o pragmatismo? La reconfiguración de las juventudes partidarias argentinas

  • Lisa Strasheim
  • 16 sept
  • 6 Min. de lectura

Por Lisa Strasheim


En la Argentina de hoy, donde la política parece ir entre la furia de los discursos disruptivos y la crudeza de los números del ajuste, hablar de juventudes partidarias puede sonar algo secundario o incluso anacrónico. Sin embargo, lo que sucede en estos espacios no es menor: ahí se forma una parte de la dirigencia que mañana estará tomando decisiones, y ahí también se juegan sentidos sobre qué significa militar, para qué hacerlo y bajo qué horizonte de expectativas y compromisos. La pregunta que orienta este debate -¿Ideología o pragmatismo?- no es solo académica: atraviesa de manera transversal las prácticas, tensiones y dilemas de quienes hoy integran las juventudes partidarias argentinas.


Durante mucho tiempo, las juventudes partidarias fueron vistas como el brazo juvenil de proyectos ideológicos mayores. Radicalismo, peronismo y otras tradiciones construyeron identidades que excedían largamente la política electoral y se enraizaban en un conjunto de valores, símbolos y relatos que persistían en la sociedad a lo largo del tiempo. Ser de la juventud peronista o de la juventud radical no era una mera etiqueta: implicaba un modo de estar en el mundo, un sentido de pertenencia y, en muchos casos, un horizonte vital que ordenaba decisiones y líneas de acción. 


Pero la coyuntura contemporánea desafía la historia. Hoy, militar en una juventud no siempre implica abrazar de manera dogmática un credo ideológico: hoy se vincula más con oportunidades de formación, redes de contactos, acceso a instancias de poder, o simplemente con la búsqueda de un espacio de participación política en un mundo donde los canales tradicionales están en crisis. En ese sentido, aparece con fuerza el interrogante: ¿estamos frente a juventudes más pragmáticas y menos ideologizadas?, ¿o lo que se reconfigura es la manera de entender la ideología en un contexto de desafección y desilusión política?


El peso de la coyuntura argentina

Nuestro país atraviesa un momento bisagra. La llegada de Javier Milei al poder, con un discurso que se presenta como antipolítico, libertario y anti-casta, ha alterado el mapa tradicional de la política juvenil. Mientras una parte de la juventud se identifica con su propuesta rupturista, otra redobla su militancia en partidos tradicionales para contrarrestar lo que consideran un experimento altamente riesgoso para la nación. En paralelo, persiste un clima de desafección hacia las instituciones. Elección tras elección bajan los niveles de participación y las encuestas muestran un bajo histórico de desconfianza en los partidos, en el Congreso y en los liderazgos tradicionales.


Este escenario coloca a las juventudes partidarias en una posición incómoda pero estratégica. Por un lado, tienen que defender la relevancia de las estructuras a las que pertenecen en un tiempo en que la palabra “partido” suena vintage. Por otro, deben mostrar que no son solo aparatos de propaganda de dirigentes mayores, sino espacios donde se discuten, negocian y reinventan formas de hacer política. ¡Qué desafío! ¿Son los partidos políticos espacios donde realmente se discuten formas de ser y hacer? ¿O siempre se termina siguiendo a los mismos referentes? ¿Hay espacio para una propuesta diferente?


En la práctica, esto se traduce en un esfuerzo constante por equilibrar discurso ideológico con acciones concretas. En el radicalismo, por ejemplo, los jóvenes apelan a la tradición democrática, republicana y reformista del partido, pero al mismo tiempo impulsan agendas vinculadas al feminismo, al ambientalismo o a las demandas estudiantiles, que no siempre encuentran eco en las generaciones adultas. En el peronismo, conviven jóvenes con fuerte apego a la mística kirchnerista con otros que buscan reconfigurar el espacio sin apelar a los personalismos.

En todos los casos, la tensión entre ideología y pragmatismo se expresa en las decisiones cotidianas: qué consignas levantar, en qué causas involucrarse, qué alianzas firmar y hasta qué tipo de actividades priorizar en el día a día.


¿Menos ideología o nuevas ideologías?


Una de las ideas más repetidas es que los jóvenes de hoy son menos ideológicos. Que ya no creen en los grandes relatos y que prefieren prácticas puntuales muchas veces encausadas por colectivos (mujeres, lgtbiq+, ambientalistas, …), con efectos inmediatos y medibles. Hay algo de cierto en esto, pero también hay un riesgo de simplificación. Lo que está en juego no es la desaparición de la ideología, sino una mutación en la forma en que se articula.


En lugar de inscribirse en un relato totalizante, los jóvenes hoy construyen identidades fragmentadas, híbridas, donde conviven referencias clásicas con causas específicas. Un joven puede reivindicar la tradición radical, pero al mismo tiempo militar con centralidad en temas de género. Otro puede sentirse identificado con la justicia social del peronismo, pero elegir concentrar su militancia en el ambientalismo. En ese sentido, más que de una caída de la ideología, deberíamos hablar de una diversificación de los marcos de sentido.


El pragmatismo no necesariamente implica cinismo o vacío de ideas. Muchas veces, es la manera en que los jóvenes logran mantener viva la militancia en contextos de crisis. Elegir una causa concreta, como la defensa de la universidad pública, de los jubilados y de las personas con discapacidad, puede ser visto como un modo pragmático de canalizar energías, pero también como la puerta de entrada a discusiones ideológicas más amplias.


Juventudes y futuro político

Otro elemento clave es la relación entre juventudes partidarias y futuro político. Para muchos jóvenes, militar es también invertir en una carrera política. Allí el pragmatismo adquiere otra dimensión: no se trata solo de conseguir resultados inmediatos en la agenda pública, sino también de acumular experiencia, visibilidad y capital político para el día de mañana. Esta lógica convive con la tradición de militancia desinteresada, los llamados “militantes rentados”: aquellos cuya opinión se ve condicionada por el interés de quien le dio un puesto de trabajo. Acá tenemos una de las principales tensiones hacia dentro de los espacios. ¿Qué pesa más: la convicción ideológica o la estrategia personal de ascenso en la estructura? Quienes estudiamos las relaciones de poder, sabemos que esta disyuntiva la salda aquel que pueda comunicar e imponer con mayor firmeza su punto de vista.


En la práctica, ambas dimensiones se mezclan. Nadie milita solo por conveniencia, pero tampoco únicamente por ideales. La política juvenil se nutre de esa mezcla: del fervor ideológico que da sentido a la pertenencia, y del pragmatismo que permite sostener en el tiempo un proyecto individual y colectivo.


La dimensión generacional

No se puede analizar a las juventudes partidarias sin considerar la dimensión generacional. “Los jóvenes de hoy” no vivimos la dictadura, ni el retorno democrático, ni siquiera los años de hegemonía kirchnerista en su fase inicial. La memoria política está marcada por la crisis económica de 2001 como relato heredado, y por experiencias de inflación, fragmentación política y promesas incumplidas como vivencia cotidiana. Esto condiciona la mirada: son menos proclives a creer en las típicas promesas de los últimos 40 años, y más atentos a la eficacia de las políticas públicas concretas, o a creer en nuevas y diferentes promesas, ahora las orientadas a la anti-casta y a la anti-política.


Al mismo tiempo, la generación joven está atravesada por una cultura digital que transforma la forma de militar. Redes sociales, campañas virales, comunicación directa: todo esto cambia las reglas del juego. La juventud no solo reparte volantes en una plaza; también produce contenido, debate en redes y arma -o por lo menos lo intenta- una comunidad online. Aquí nuevamente aparece la tensión entre ideología y pragmatismo: ¿qué pesa más, la narrativa ideológica que organiza el discurso o la estrategia de comunicación que asegura visibilidad?


Un dilema abierto

Entonces, ¿ideología o pragmatismo? Quizás la respuesta no sea optar por uno u otro, sino reconocer que las juventudes partidarias argentinas viven en esa tensión permanente. Que el pragmatismo no es ausencia de ideología, y que la ideología no desaparece sino que se reconfigura en múltiples y cambiantes agendas.

El desafío de los próximos años será doble, o mejor dicho, inmedible. Por un lado, evitar que el pragmatismo derive en puro oportunismo, vaciando de contenido a la militancia juvenil. Por otro, garantizar que la ideología no se convierta en un discurso nostálgico, desconectado de las urgencias del presente. La clave es articular convicciones con eficacia, horizontes con realismo; y grandes relatos con resultados concretos.


Las juventudes partidarias argentinas siguen siendo un laboratorio de la política del futuro. Lo que allí se discuta y practique marcará, en buena medida, cómo se configurará la dirigencia del mañana. En tiempos de crisis de representación y de auge de discursos antipolíticos, las juventudes tienen la oportunidad -y la responsabilidad- de mostrar que la política sigue siendo una herramienta válida para transformar la realidad.



Lisa Strasheim es estudiante de Ciencia Política y Derecho en la UBA. Actualmente se desempeña como Data Analyst dentro del Observatorio de Datos de la Subsecretaría de Cultura Ciudadana y Responsabilidad Social del GCBA.


 
 
 

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