HACERSE RICO SIN COMUNIDAD: el vacío compartido de una generación.
- Valentina Martínez
- 7 ago
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Por Valentina Martínez
En los pasillos de las escuelas, en los chats de grupo, en las historias de Instagram, hay una fantasía que se repite con insistencia: la de hacerse rico rápido, sin jefe, sin horarios, sin esfuerzo. Sin comunidad. No es nuevo que los jóvenes sueñen con el éxito, pero algo sí está cambiando. Hoy, muchas veces, el sueño es "pegarla": ganar una fortuna apostando desde el celular, abrir un Only Fans o especular en la bolsa desde los 13 años. Es un modelo aspiracional que se aprende desde las redes, donde triunfa quien se muestra autosuficiente, carismático y veloz. Y hacerlo solos. Porque el éxito, en este presente fragmentado, se mide en validación individual.
Algunos datos para observar una juventud frágil y sin red:
Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada siete adolescentes en América Latina convive con algún trastorno de salud mental: ansiedad, depresión, conductas autolesivas. En Argentina, la situación no es mejor: en 2023, apenas el 0,4% del gasto sanitario nacional se destinó a salud mental adolescente, muy por debajo del 10% que exige la Ley Nacional de Salud Mental.
La ausencia de proyectos colectivos, el vacío institucional, la falta de perspectiva de futuro y la sobreexposición a redes conforman un combo que deja a los y las jóvenes cada vez más solos, más tristes y vulnerables a discursos que prometen salida individual y salvación instantánea.
Apuestas y Adolescencia
Un estudio reciente de UNICEF Argentina reveló que el 80% de los adolescentes accedió a plataformas de apuestas online o conoce a alguien que lo hizo. Y un 37% juega con frecuencia semanal o diaria. Maximiliano Bravo, un streamer de 16 años, contó en una entrevista con Filo News: "Empecé apostando cuando tenía 14 años con unos amigos en llamada de Discord, o en clase o volviendo del colegio"; cargando crédito a través de billeteras virtuales, sin que ningún adulto intervenga.
La ludopatía adolescente crece en silencio, en un entorno que celebra el riesgo, romantiza la "mentalidad de tiburón" y desprecia la espera.
Este modelo también influye en la construcción de las masculinidades: se exalta al varón exitoso, competitivo, que no muestra dudas ni vulnerabilidad. La apuesta se convierte, entonces, no sólo en una vía de escape económica, sino en una forma de validación de género que refuerza mandatos de autosuficiencia, dureza emocional y conquista individual. Mientras el Estado llega tarde y las familias están desbordadas, los jóvenes aprenden que su valor está en lo que pueden ganar, mostrar o vender. No en lo que comparten.
OnlyFans: entre oportunidad y mandato
Millie Sugar, creadora de contenido argentina de 24 años con más de 18 mil seguidores, cuenta que OnlyFans le cambió la vida: “En este momento de mi vida no me veo trabajando de otra cosa”. Dice que pudo cumplir sueños que parecían imposibles: “Me permitió hacer todo lo que quiero, viajar por todas partes, ayudar a mi vieja, comprarme dos terrenos, una casa (...) en el país que vivimos y con la edad que yo tengo es algo bastante lejano”.
Debajo de su video, los comentarios replican ese clima: urgencia económica, resignación e ironía, naturalizando la falta de opciones desde muy corta edad. El problema, entonces, no está en esas decisiones individuales —muchas veces cargadas de agencia y estrategia—, sino en el contexto que deja pocas alternativas. Una economía precarizada, una cultura del éxito inmediato y una estructura institucional que no llega a tiempo.
Una idea del éxito sin otros
El discurso del "sálvese quien pueda" no es sólo una consecuencia de la crisis: es una construcción cultural. En las redes se celebra a quien gana solo, al que corta con todo y se va, al que escapa. Lo colectivo se vuelve sospechoso, lo común se vive como una carga. Pero, al mismo tiempo, crece la ansiedad, la soledad y el agotamiento emocional.
En ese clima aparecen fenómenos como los cryptoboys, el club de las 5 AM o las coffee raves: propuestas que no sólo venden un curso o un evento cool, sino una promesa de pertenencia, éxito y estilo de vida. Se presentan como comunidades, pero muchas veces operan como espejismos: lo colectivo queda subordinado al mandato del éxito individual. La pertenencia se vuelve mercancía, y la motivación, una forma de autoexplotación disfrazada de empoderamiento.
La paradoja es brutal: mientras más se promueve la autosuficiencia, más se multiplican las alertas por salud mental. Y en ese escenario, plataformas como OnlyFans o los casinos online aparecen como soluciones fáciles, cuando en realidad son síntomas.
Para muchas mujeres, la vía más legitimada es la de la sexualización; para muchos varones, la de las apuestas y el riesgo económico. Ambos caminos refuerzan formas de validez social que siguen siendo profundamente funcionales a lógicas patriarcales, aunque cambien de envoltorio. Mientras tanto, reaparecen discursos como los de "Dios, Patria y Familia" que, lejos de ser novedad, nos recuerdan que los mandatos nunca desaparecen: sólo se transforman y se adaptan al signo de época.
Recuperar lo común como horizonte
No se trata de juzgar las decisiones individuales ni de condenar a quienes encuentran estrategias de supervivencia en un mundo que los expulsa. Se trata de abrir el debate: ¿qué espacios estamos construyendo para que la comunidad vuelva a tener sentido? ¿Dónde están hoy los lugares que habilitan el encuentro, la cooperación, la organización de lo común?
Como supo cantar Spinetta: "Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor". Y es que el problema no es la modernidad o el deseo de cambio, sino la dificultad de imaginar un futuro colectivo."Mañana es mejor", decía, y el mensaje sigue vigente: no podemos resignarnos a una juventud aislada, donde el futuro sea apenas una pantalla que se actualiza con apuestas, likes y ganancias instantáneas.
Volver a poner la mirada en lo colectivo no es un gesto nostálgico, es una urgencia. Porque sin comunidad, la riqueza se vuelve un espejismo y el éxito, una trampa solitaria. Recuperar lo común es, también, recuperar el derecho a imaginar un futuro distinto. Una sociedad que no sólo repare, sino que abrace. Que no tema perder privilegios si eso significa ganar justicia social.
Quizá estemos a tiempo de reinventar la idea de triunfo, de sacarla del yo y devolverla al nosotros. Esa tarea no es menor: es, en muchos sentidos, la batalla cultural más importante de nuestra generación.
Si necesitas ayuda:
Programa de Prevención y Asistencia al Juego Compulsivo: 0800 444 4000
Orientación y Apoyo en la Urgencia de Salud Mental: 0800 999 0091
Salud Mental Responde: 0800 333 1665
Centro de Atención al Suicida: 0800‑345‑1435 (también accesible marcando 135 en el Área Metropolitana de Buenos Aires o el (011) 5275‑1135 desde todo el país)
Atención a niños, niñas y adolescentes en riesgo: Línea 102
Todas estas líneas funcionan las 24 horas, los 7 días de la semana, los 365 días del año y son completamente gratuitas en Argentina.
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Valentina Martínez es una joven politóloga (UBA) platense. Con interés en la justicia social, la perspectiva de género y la gestión pública. Actualmente trabaja como asesora política. Comprometida con abrir debates, tender puentes, replantearnos el presente para construir el futuro distinto al que se nos viene dado.
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