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La crueldad y los enemigos declarados.

  • Marco Gammaro
  • 17 ago
  • 5 Min. de lectura

Un fantasma recorre el mundo. Es el fantasma de la crueldad. Lejos nos encontramos del mundo en el que creció mi generación. Un mundo en el que las fuerzas pujantes se debatían en torno a cómo elevar la dignidad humana y las condiciones de vida de quienes habitamos esta tierra. Lejos de aquellas tensiones, que contaban como principal motor, la narrativa humanista que pregonaba derechos e ideales por un mundo mejor y para todos. 


Hace tres años decidí emigrar. Me fui pensando que dejaba atrás algo que ya no soportaba, pero emigrar no me alejó del problema: me permitió comprobar que la deriva argentina no es local ni aislada. El desarme de los vínculos sociales, la apatía, el avance de la derecha radical y el odio organizado son hoy una gramática política global.


Basta mirar en Europa el ascenso de partidos de extrema derecha y su lado B: el endurecimiento institucional, la legitimación del odio y un aparato cultural que ya no actúa desde los márgenes, sino desde el corazón mismo del poder. La deriva autoritaria no es una amenaza abstracta: hoy ocupa bancas, gobierna regiones y marca agenda incluso donde no gana.


A eso se suma algo igual de inquietante: la creciente visibilidad de grupos civiles que apoyan abiertamente estas fuerzas, muchas veces con el guiño –directo o tácito– de los gobiernos. En Italia, por ejemplo, las manifestaciones fascistas ya no se esconden. Desfilan con símbolos y gestos que remiten sin pudor al régimen de Mussolini, sin sanción ni condena oficial. Y lo mismo pasa en otros países donde el poder político no solo tolera estas expresiones: a veces las habilita, las estimula o las deja hacer, amparándolas en nombre de una supuesta libertad de expresión.


Argentina no está exenta.


Y no es novedad. Como tampoco lo serán las razones y causas de que nos encontremos asfixiados por la polítiquería y su crueldad. En mayor o menor medida, hemos siempre estado bajo la severa y muy astuta ceguera del poder. Podría mencionar períodos, señalar nombres y apuntar traiciones. Pero sería redundante.


Y sin estar muy seguro de estar aportando novedad, me aventuro a pensar que antes había algo que ya no hay.


Tengo 30 años y crecí en una Argentina florecida de política. Soy de una generación que volvió intensamente a las identificaciones políticas como medio para pensar lo común. Las tensiones -o clivajes, para mis amigos politólogos- que configuraban el escenario político argentino, se enmarcaban en debates y discusiones que reunían elementos que configuraban lo político.


Quiero decir que a pesar de la mentira, la violencia política y la siempre decadente dirigencia ensordecida por la avaricia y sus miserias, había pujantes ideas de país. Y más aún, había entre ellas claras propuestas para enaltecer la vida humana y disminuir sus padecimientos.


Había también resistencia. Organizada y con horizonte. Todos los períodos que no mencioné pero que ya todos tenemos en mente, contaron con una resistencia, que independientemente de su éxito, completaban la foto de una sociedad que, a pesar de no lograr mayorías dignas, encontraba dignidad al más o menos aglomerarse detrás de expresiones que la representaba. Y resistía.


Contábamos también con la suficiencia de la democracia y nuestra forma de gobierno. La República y sus instituciones -luego del ‘83- bastaban para contener las expresiones y debates, y bastaban para representar discursiva y gestualmente al menos, la resistencia al poder y sus violencias.


Con esto no quiero decir que vivíamos en el jardín del sueño Republicano o democrático. Quiero decir, que, con todas las fallas y excepciones, dolores e injusticias, podíamos aún albergar algún rayo de esperanza de que algo mejor era posible construir desde ahí.


Esto que enumero posiblemente no corresponda exclusivamente a la Argentina. Como mencioné, Europa también atraviesa su propio derrumbe simbólico y político. Lo cierto es que el mundo, la democracia y sus instituciones, están muy posiblemente escribiendo sus últimas páginas -al menos como los conocimos. Y sin haberlas terminado de leer, podemos con firmeza afirmar que en este estadío, quienes representan las sombras de la humanidad ya no son monstruos. Son caricaturas obscenas de lo que alguna vez temimos, aunque el peligro sigue siendo real.


Se agotó la ficción de que las reglas bastaban. Las instituciones no sólo fallan en contener la crueldad, sino que hoy la canalizan y legitiman.


La resistencia perdió fuerza, organización y horizonte.


¿Dónde quedaron los frentes, las organizaciones, los cuerpos que enfrentaban a la crueldad -siendo que hoy no basta una marcha o sufrir la bala de la represión celebrada por los crueles?


De estas sombras no estamos exentos, pero tampoco de la posibilidad de desmarcarnos de ella. Hay un llamado a la acción. Ya no como la pensábamos hace un tiempo, colectiva e institucional. Debe mas bien ser un llamado a nuestras conciencias. Frente al nuevo contrato social de la crueldad y la disolución de una representación política eficaz y coherente que contenga la voluntad de los dignos, debemos oponer resistencia de las conciencias, resistencia fragmentada, nómada y molecular.


Quizá nos toque seguir atravesando el mar de frustración e impotencia en el que nos encontramos, con una sociedad aún impermeable a lo que tengamos para decir. Pero eso no significa que debamos entregarnos a la pasividad.


Con disrupción y en nuestro nombre -no en el de banderas obsoletas- es la única forma hoy de dar testimonio y respuesta.


Le han declarado la guerra a nuestras libertades y derechos, desafiando nuestras vidas. ¿Puede esto ser gratuito? ¿Puede esta dirigencia -la que ha ganado la presidencia con la prepotencia del odio y el oportunismo, y la que se ha sometido al odio para intentar ganar una elección- salir impune de esta?


Yo creo que no.


Ofrecer la otra mejilla es una práctica siempre aconsejable, pero hay límites. No se trata de responder con su misma lógica, sino de no regalarles más la nuestra.


Tal vez no estemos listos para vencer. Pero podemos estar listos para molestar, interrumpir, desgastar y hacerles sentir el costo.


Me toca escribir esto desde lejos. Y lo digo convencido: contra la crueldad, el odio y el mal que representan, Internationale Solidarität.


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Marco Gammaro es un joven porteño, emigrado en 2022. Actualmente reside en Viena, donde se desempeña como manager en un bar. Dedicó casi toda su vida adulta a la militancia partidaria y, ya alejado de los partidos, hizo carne una idea que siempre le gustó: que la política es el arte de volver a comenzar. A veces, todavía, y con distancia prudente, presta atención a lo que sucede en el mundo, y le gusta pensar que vale la pena creer que es posible cambiar algo.





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