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La educación liberadora en tiempos de atomización: la importancia de la lucha y resistencia universitarias

  • Valentina Maini
  • hace 6 días
  • 8 Min. de lectura

Por Valentina Maini


En la actual era postmoderna nos acecha una individualización atomizante y un proceso de personalización que se extiende cada vez a más áreas de nuestra vida. La persecución de libertad ya no posee un fin político-económico y emancipador como en la modernidad; se volvió un capricho, una búsqueda de libertad ilimitada y egoísta.


Nos vemos sometidos al ensimismamiento. El mundo se vuelve un campo abierto en el que los valores son reemplazados por el libertinaje como fin absoluto, donde la incertidumbre y la multidimensionalidad imperan por sobre todas las cosas, dando lugar a la indiferencia, pesimismo, apatía, desmotivación y aislamiento. Cada individuo se pierde en su propio “yo”, ahogándose en una deshumanización.


¿Por qué hablo de “deshumanización”? Teniéndose en cuenta las concepciones de naturaleza y virtud humanas de Spinoza, se comprende que la sociabilidad es intrínseca al ser humano. Lo que determina la potencia de cada ser humano— por ende, su derecho natural— es su esfuerzo por la autoconservación, cosa que jamás podría lograrse de forma autónoma: no hay forma de pensar al individuo como átomo autosuficiente e independiente.


Siempre se está necesariamente atado a otros para la afirmación de la propia existencia, por lo que la convivencia y sociabilidad son una presuposición de la naturaleza humana. Negarse a la cooperación con el otro es negar una forma de despliegue del propio derecho natural, porque este último sólo puede concebirse en el marco de la existencia de derechos comunes a los seres humanos.


Es en la unión de los seres humanos— con la conformación de lo que Spinoza llama multitud— donde va a darse una articulación de los derechos naturales y de los deseos que determinan los límites de la potencia de cada persona; articulación que da pie a una amplificación de la potencia y la libertad de cada individuo. Cuanto más estrecha sea una multitud y su unión, la atomización de cada individuo será menor con el resultado de una potencia proporcionalmente mayor, por ende un mayor derecho natural y mayor libertad. Por el contrario, cuanto más autónomo o aislado se encuentre un individuo, su potencia será menor, su derecho natural se encontrará reducido al mínimo y no cumplirá con aquello que se sigue de su naturaleza: la búsqueda de preservarse; se encontrará deshumanizado.


Entonces, si es en la unión donde encontramos un aumento de nuestra potencia, nuestro derecho natural y— por ende— una mayor libertad, ¿por qué el discurso que impera promueve el aislamiento y atomización en orden de proteger la libertad?


El hecho de que Javier Milei y los principales representantes del oficialismo promuevan individualismo y libertad por sobre todas las cosas, es una expresión de la atomización avasallante de la postmodernidad.

La sociedad postmoderna se ve atravesada por un proceso de personalización, individualización y redefinición de lo público: una distorsión de los valores de la modernidad. Nos encontramos en una era desencantada, donde prima la apatía e indiferencia y una desubstanciación narcisista. Se instaura la necesidad de libertad en todos los aspectos de la vida, como un único valor fundamental de despliegue de la realización personal.

El gobierno actual no sólo responde a las nuevas formas postmodernas, sino que las perpetúa. El país se ve atravesado por una severa pérdida de un sentido de comunidad, una ruptura del lazo social, lo cual lleva al desinterés, la apatía y la desmotivación. El individualismo que se promueve es altamente peligroso porque, bajo la bandera de empoderar y autonomizar al sujeto, se lo debilita y aísla.


El ser humano se ve condenado a una posición quietista, aburrida, que escapa a la vanguardia, no encuentra sentido a la lucha y a la reflexividad; carece de virtud. Entendiéndose la virtud como el compromiso: un comportamiento comprometido que permite alcanzar una introducción a la plenitud, un sentido de responsabilidad y participación— la cual requiere de capacidad de opción y reflexividad, en pos de desarrollar una conciencia crítica—.


Es imposible alcanzar la virtud, la mayor potencia de cada individuo, desde una posición aislada, antidialógica, cerrada a entender a otros, apática y egoísta: mientras estas características continúen definiendo a los sujetos de nuestra sociedad será imposible alcanzar la autonomía y libertad, porque nos vemos sometidos a la deshumanización, a la mínima expresión de nuestra reflexividad crítica y a la reducción completa de la potencia.

No obstante, el individualismo global en expansión no es, necesariamente, un camino directo a la crisis, al conformismo, desinterés y hedonismo. Aquellos aspectos son graves posibles consecuencias, a las que se puede— y debe— hacer frente; sin cerrarse en un diagnóstico estrecho y simple de la sociedad postmoderna como irremediablemente enferma.


En el marco de la nuevas libertades, de la multidimensionalidad y de la incertidumbre, es posible lograrse— mediante la educación y la solidaridad— la conformación de nuevos valores que rompan con la lógica egoísta y atomizada, que permitan que la inevitable y expansiva individualización no implique la ruptura del lazo social.

De esa forma, en el presente contexto se ve necesaria la resistencia contra aquella deshumanización atomizada que atraviesa la sociedad postmoderna estableciendo una forma de virtud que por un lado, supere a una axiología idealista alejada de la naturaleza humana; a la vez que supere el proceso de particularización en constante despliegue, es decir, que no se agote en el individuo sino que sea pie de un abanico de acciones virtuosas.


En línea con ello, teniéndose en cuenta la naturaleza humana, su sociabilidad natural y necesidad de relación, es necesaria una acción virtuosa que promueva la convergencia de potencias, la relación interpersonal, una comunidad estrecha donde se haga frente al avasallante proceso de personalización.


Retomando a Spinoza, en el artículo de Andrea Pac (2016) Spinoza educador: el ingenio del hombre libre se establece una interpretación de la filosofía spinoziana donde el accionar potenciador que permite que los individuos logren concordar en las comunidades, a la vez que otorga sostén y perdurabilidad a las mismas, es la educación.


Los seres humanos se unen por la búsqueda de conocimiento, es el bien supremo que todo hombre virtuoso desea. No obstante, este también lo desea para aquellos quienes lo rodean; la conformación de una multitud es la búsqueda de que el otro también alcance su máximo potencial, porque el propio potencial jamás va a desplegarse desde la autosuficiencia.


La educación es condición de la sociabilidad y potenciación spinozianas, así como ellas son, a la vez, condición de la educación. La educación habilita la existencia de comunidades políticas estrechas, poderosas, potenciadas, libres y emancipadas; siempre y cuando la educación sea una educación cuyo pilar fundamental sea el diálogo, la comprensión de la sociabilidad del ser humano y la potencia emancipatoria de cada individuo.


A partir de lo último, se entiende que la acción educadora es la acción más útil y virtuosa para el ser humano. El conocimiento, así como la potencia, no debe ni es posible que se agote en un individuo: no hay posibilidades de despliegue del conocimiento si no es en relación con otras personas, buscándose que todos gocen de este, que todas sean personas racionales, potenciadas y potenciadoras.


La forma de promover la unión y lograr la concordancia de multitudes donde se articulen los derechos naturales, deseos y poderes, donde se alcance la mayor potencia y libertad posible de un individuo, es la educación. Una educación que imparta apetito por el conocimiento, que exceda la autosuficiencia que debilita la potencia, que muestre el camino de la liberación.


Aquella educación es la que se identifica en la pedagogía liberadora de Freire en su obra Pedagogía del oprimido. Freire establece su educación liberadora como una salida a la sociedad masificada, donde prima una antidialogicidad deshumanizadora. Mientras que en estas sociedades es una educación que posibilita que el hombre escape a las prescripciones ajenas y la perdición de su propio “yo”, en la sociedad postmoderna individualizada la misma educación evita la perdición en su propio “yo”; dos fenómenos contrarios que a la vez son cara de la misma moneda: un ensimismamiento que impide la conformación de una comunidad estrecha, libre y emancipada.

La educación liberadora coloca al hombre en constante diálogo con el otro, predisponiéndolo a revisiones, análisis y reflexiones críticas; la verdad se procura en común, saliéndose de las posiciones quietistas— sean impuestas o elegidas— y tomando conciencia de la propia transitividad.


Es a través del diálogo— esencial para la conciencia crítica del hombre— que la educación liberadora tiene lugar, generándose una relación de simpatía e identificación entre el educador y el educando. Relación que, a la vez, permite la reflexividad y el sentido de responsabilidad y compromiso; haciéndose frente a la apatía e indiferencia, impuestas en las sociedades masificadas o elegidas en las sociedades postmodernas.

La educación liberadora es un acto de valor, que no teme al debate o análisis de la realidad, ofreciendo al hombre un saber existencial y experimental, una preocupación por la búsqueda de la identificación con su realidad, a partir de la cual participe y se posicione frente a las problemáticas de su tiempo y espacio.

De esa forma Freire establece a la educación como un acto cognoscente y problematizador en el que se realiza un permanente descubrimiento de la realidad— e inserción crítica en ella—, que hace al hombre un agente activo.


La educación liberadora, es un modelo que permitirá en una sociedad atomizada, apática e indiferente el despliegue de la virtud humana. La enseñanza como práctica de la liberación es la acción virtuosa y potenciadora que generará la estrechez de la comunidad política, el incremento de la potencia de la multitud y, por ende, el de la capacidad de cada individuo; ampliando su libertad, emancipación y posibilidad de transformación del mundo.

Es en la educación pública universitaria que yo identifico este tipo de educación. En la acción educadora de instituciones públicas, gratuitas y de calidad se garantiza un acceso abierto a instancias de diálogo y reflexividad crítica.


La educación pública es una acción empapada de creencia en los alumnos y alumnas, en su poder y capacidad. Se brinda herramientas para que alcancen un pensamiento auténtico y reflexivo y, de esa forma, descubran y creen el mundo de su alrededor.


Al garantizar igualdad y poder para todos y todas, se promueve la unión y se fortalece el lazo social: estamos todos en un mismo espacio, los trabajadores docentes y no docentes junto a los alumnos sostenemos y garantizamos la perdurabilidad de una educación de calidad que nos libera, nos une y nos potencia.


Es evidente la persistente amenaza a la educación a partir del desfinanciamiento. La educación pública se sostiene a duras penas, golpeada y desprotegida con una crisis presupuestaria.


Se pretende que como alumnos y/o trabajadores sintamos vergüenza, se busca imponer una nueva narrativa de desprestigio al acusar de adoctrinamiento a todo factor crítico de la enseñanza de la educación universitaria pública; a lo cual se suma el desinterés y apatía de una sociedad ensimismada que hace la vista gorda.


Hay una clara intencionalidad por parte del gobierno actual por mantener la creciente atomización, incompatible con el sentido comunitario de la educación pública que desafía la idea de un individualismo absoluto; puede verse el apoyo en la lucha universitaria la unión y la masividad al movilizarnos por nuestras casas de estudio. A partir de ello es evidente el por qué del constante ataque y demonización de la educación pública universitaria.


¿Cómo podemos alcanzar la liberación y unión si el rol de la enseñanza es constantemente minimizado y bastardeado? ¿Es posible la enseñanza liberadora en un contexto donde, no solamente prima la atomización, sino un interés activo de que ello permanezca así? ¿Hasta qué punto la voluntad de sostener la educación pública, gratuita y de calidad será suficiente, cuando está siendo persistentemente saboteada?





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Valentina Maini es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires y ayudante de cátedra en la asignatura Filosofía y Métodos de las Ciencias Sociales. En línea con el presente artículo, recientemente expuso La virtud política en la enseñanza liberadora en el XVII Congreso Nacional de Ciencia Política de la Sociedad Argentina de Análisis Político.

 
 
 

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