La política antipolítica
- Santiago Nicolás Caínzos
- 9 may
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Por Santiago Nicolás Caínzos
Podríamos decir que es casi un hecho que aquellas construcciones narrativas basadas en el lineamiento amigo/enemigo tienen cada vez más éxito electoral que aquellas que reivindican la pluralidad. No podemos escindir este hecho del resurgimiento de la violencia política por el avance del posfascismo. Su construcción narrativa supone en su núcleo la aniquilación del otro diferente (el inmigrante, el musulmán, el judío, el homosexual, la mujer, las personas trans), generando así un escenario propicio para las violaciones de derechos humanos y la erosión del Estado de derecho. Esta situación nos hace plantearnos si la visión de la política basada en la pluralidad de los hombres, y no como una continuidad de la guerra, no es sino una mirada completamente ingenua de lo que es la política.
Para Hannah Arendt, la política se basa en un ámbito del mundo en el que los hombres (y las mujeres) son primariamente activos, dando así durabilidad a los asuntos humanos. En contraposición a la noción predominante de la política como continuidad de la guerra, la violencia, en especial la violencia física, y la política son antitéticas. Esto no excluye que la fundación de comunidades políticas se dé a través de la coacción y los medios violentos; sin embargo, dichos medios no son políticos per se. En una comunidad política, los resultados deben ser el producto de una deliberación entre libres e iguales, primando una presunción de racionalidad por parte de los actores políticos. El sentido de la política es la conservación de la vida, es estar con uno y con otros, y entendernos como iguales. De esta manera, la política empieza donde termina la violencia.
Es fácil darse cuenta de que la política contemporánea está lejos de corresponderse con dichos preceptos. La violencia política está impregnada en un populismo cada vez más en auge por las promesas incumplidas del liberalismo. Lo hemos vivido durante los populismos latinoamericanos del siglo XXI, y ahora el mundo entero está experimentando esta construcción narrativa que tiene en su propia esencia la aniquilación del otro.
El problema es confundir la política con la construcción narrativa populista que, sin lugar a dudas, incentiva y fomenta la violencia política. Al alejarse de las bases del republicanismo, termina redundando en la erosión de uno de los pocos régimenes políticos (si no el único) que entiende la política como fin y medio para garantizar la vida. Y dicho régimen político descansa, al igual que cualquier otro, en su legitimidad, la cual es aún más difícil de alcanzar dado que entiende (y hace a) la pluralidad.
Como mencioné anteriormente, es innegable que en la arena política electoral este tipo de discursos cuentan con un mayor éxito. No solo eso, sino que muchos autores indican que también impacta en la gobernabilidad de un gobierno populista. María Esperanza Casullo, en su libro ¿Por qué funcionan los populismos?, expone una teoría según la cual, en los gobiernos con un discurso populista, a mayor radicalización, mayor legitimidad tendrá el gobierno para implementar sus políticas públicas. Considero que esto se debe a dos razones.
En primer lugar, la construcción narrativa de amigo/enemigo tiene en su base la estructura narrativa clásica literaria. Un primer momento en el cual un protagonista (bueno) vive en un estado de equilibrio; un segundo momento en el que la aparición de una amenaza externa rompe dicho equilibrio, y un tercer momento en el cual el conflicto se resuelve. Puede aplicarse al Nuevo Testamento, al Hamlet de Shakespeare o a Los tres chanchitos. Esta construcción narrativa bélica con la que fuimos criados, si bien puede ser parte de la política, no puede ser confundida con la política misma.
En segundo lugar, la hipótesis de la sospecha es una noción imperante en los actores políticos y en su concepción del contexto. La noción nietzscheana de la moral judeocristiana, la noción marxista del Estado, la noción de discurso foucaultiana... En fin, entender la producción del discurso al servicio de la reproducción de poderes establecidos termina siendo contradictorio con la presunción de racionalidad de la democracia deliberativa. Si descansamos en la noción del discurso como opresor y no como un espacio intersubjetivo que busca el consenso entre los actores, cada día tendremos menos política. Esto se puede observar con la figura de la "oligarquía" durante el gobierno kirchnerista o la figura de la "casta" en el discurso de Javier Milei. No niego que haya individuos que dicen cuidar los intereses públicos en pos de su interés privado, pero es absurdo reducir el debate público a ese tema en particular.
Y si tan alejado está el mundo actual de los postulados de la democracia republicana liberal, ¿por qué continúa siendo importante hablar sobre ellos? Porque este sistema precisa para su supervivencia de una teoría prescriptiva. Si los ciudadanos no nos creemos libres e iguales, no entenderemos que la inexistencia de esa condición es el resultado de un proceso inacabado de realización progresiva de los derechos humanos. Para solucionar esta problemática no debemos entender a la igualdad, la libertad y la racionalidad como una condición preexistente de la república, sino ver a este sistema como (el único) habilitante para la realización de los mismos. Sin esta moralidad racional que sustente la racionalidad legal, se socava el Estado de derecho. Y sin Estado de derecho, no nos queda más que renunciar a nuestra pluralidad.
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Santiago Nicolás Caínzos es estudiante avanzado de la carrera de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires. Es ayudante de catedra de Fundamentos de la Ciencia Política II y trabajo en la Legislatura Porteña. Milita activamente en la Coalición Cívica ARI.
Bibliografía
Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Editorial Ariel.
Casullo, María Esperanza. ¿Por qué funcionan los populismos? Editorial Siglo XXI.
Foucault, Michel. El orden del discurso. Tusquets Editores.
Habermas, Jürgen. "Reflexiones e hipótesis sobre una nueva transformación estructural de la esfera pública política". Theory, Culture and Society, 39(4), 145-171, 2022.
Habermas, Jürgen. Teoría de la acción comunicativa. Editorial Trotta.
Laclau, Ernesto. La razón populista. Fondo de Cultura Económica.
Traverso, Enzo. "La era del posfascismo". En La extrema derecha en América Latina, Capital Intelectual.
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